El viaje ESPAÑA – MARRAKECH- Ouarzazate

Unos sentimientos de buscar mis raíces andalucíes, son los que, entre otras cosas, me han inspirado una reciente y breve visita a Marrakech, y sobre todo a Ouarzazate, a la que durante tanto tiempo, se le denomina el Hollywood de África por sus paisajes tan peculiares. Y en contraste con esa presunción de la retrohistoria, la verdad es que, después de mi primera estadía, encontré Marrakech como un lugar encapsulado en el tiempo, con un ambiente entre sus gentes muy ajeno a lo que está pasando en el resto del mundo.

Intentando expresar esa sensación más poéticamente, yo diría que Marrakech sigue siendo la “ciudad de las mil sensaciones”, sobre todo por las callejuelas que conforman la Medina y los ajustes desordenados de las innumerables fachadas de sus casas. De edificios de poco valor, que van envejeciendo por lustros de abandono, de falta de mantenimiento. Algo que no es el resultado sólo de la penuria de medios, sino también de una especie de desgana que lo impregna casi todo.

Esa percepción es la que recibimos a la vista de ámbitos como la Kasbah de Tifoultoute, o el Oasis de Fint, cuyas casas se deslizan gradualmente al abandono, como el resto de las aldeas bereberes, hacia una ruina no por anunciada menos triste. Y en la ciudad vieja de Ouarzazate y sus aledaños se percibe el mismo aire de declive, salvo en edificios como los museos del cine, o mezquitas, que resisten incólumes el paso de los siglos. Y no digo esto último con ningún especial orgullo españolista del esplendor de nuestras iglesias, sino como una mera constatación visual.

En su conjunto, Marrakech, podría ser una de las ciudades más bellas del planeta, con sus hermosas calles de antaño y sus viviendas de vecindad en las estrechas calles de la Medina, donde sigue boyante la plaza Djemaa el Fna, tan llena de vida en el ocaso del día.

Casi todo el mundo se pregunta cómo podría resolverse semejante estado de cosas. Y la respuesta salta a la vista: sólo los palacios de la realeza —como, por ejemplo, sucede con el Palacio Bahiay su entorno—son restaurados cabalmente, por ser, evidentemente, inmuebles históricos y de propiedad real. Mientras que en las zonas donde vive el pueblo llano es difícil cualquier labor de rehabilitación. En gran medida, porque ¿cuál sería  el destino de tales construcciones mejoradas cuando cambiase el régimen político?

Es realmente difícil hacerse una idea de todo lo que voy narrando si no se ve de forma directa. La de hoy es un Marrakech donde no se añora ningún tráfico trepidante, ni las luces del consumismo. Pero en la que late, por doquier, una vaga impresión de que los ciudadanos no es que no puedan o no sepan, o no quieran, cuidar de sus calles, con jardines bien regados para combatir la sequía, con edificios a buen nivel de conservación. Sus habitantes, simpáticos y educados, como la inmensa mayoría de los marroquíes, podrían tener el orgullo de tantas cosas buenas que están en trance de perderse. Pero eso resulta difícil, al no disponerse ni siquiera de una propiedad popular individualizada, ni de ningún futuro promisorio, fundamento de cualquier optimismo de la vida. En contraste con eso, se respira un aire entre la resignación, la monotonía y la dejadez, ya como norma habitual e indefinida.

 

Pero no se acaban en las anteriores reflexiones mis comentarios sobre Marrakech sin olvidar el carácter de regateo y hasta a veces del engaño, que les ronda siempre en su cabeza y que resulta extremadamente pesado y desalentador para todos los que vamos ilusionados a vivir algo singular. 

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Jose y Sagra

 

MARRAKECH- Ouarzazate   

soyyoengranada@hotmail.es 

Granada-Montehermoso